miércoles, 17 de diciembre de 2014

VICKY Y LA NAVIDAD

Caminaba sola. Llovía. Llovía fortísimo. Me intentaba proteger del agua con mi bolso. Me pregunto por qué cuando llueve, y no llevas paraguas, te proteges con lo primero que pilles: el bolso, la carpeta, el maletín…total, al fin y al cabo, te mojas.
red child garden shoes with spring flowersPor fin la lluvia cesó, la verdad es que caminaba sin rumbo.
Sin darme cuenta, llegué al centro de la ciudad. Todo estaba decorado con bonitos adornos navideños, los alumbrados que miraban atentos todos los que pasaban, padres con bolsas llenas de regalos y los pequeños con una gran sonrisa…¿Todos felices? No: había gente enferma, que no podía permitirse una cura; mendigos, a los que se les congelaban las manos de tenerlas abiertas para que alguien les diera una limosna; niños que no tienen familia para celebrar la navidad... Y lo que más me indigna es que los que no tienen esos problemas son los que consideran estas fiestas como una simple cena, como una época en la que puedes recibir todos los regalos que desees…
Aquí estoy yo, Vicky, en medio de la plaza contemplando todo y acordándome de esos momentos que vivía con mi abuela y mi hermana de pequeña.
Pero llegó el día en que mi abuela enfermó y desgraciadamente, murió. A mi hermana y a mí nos separaron y nos dejaron en diferentes casas de acogida, y todo esto el día de Navidad.
Nunca imaginé que me pasara esto a mi, era tan feliz.
Mi hermana hizo lo imposible para que no nos separaran, pero lamentablemente no pudo conseguirlo.
Seguí caminando y llegué a un puesto de castañas:
-Un cartucho de castañas, por favor
-Aquí tiene señorita y ¡Feliz Navidad!
Saqué mi monedero, mi pequeño monedero fuccia que me regaló mi abuela por navidad. Recuerdo como, con tan poco e insignificante regalo, me hizo tan feliz. Conté las monedas, no tenía suficiente dinero. Cuando iba a devolver de nuevo las apetitosas castañas, el vendedor me dijo:
-Hija, no hace falta que pagues, ¡Es navidad! Se lo dejo gratis.
-Muchísimas gracias -- dije y me retiré.
Seguí andando, ví una estación de tren, me dirigí hacia ella y sin pensármelo dos veces, me colé en un tren con destino a Roma.
Necesitaba escapar de allí, por eso me escapé de la casa de acogida, ya que no podía salir hasta que no cumpliera los 18 años y yo solo tenía 17.
Me senté en un asiento que por suerte quedaba libre. Abrí mi cartucho de castañas, las olí y sentí ese olor cálido llegando a mi fría nariz. Me las empecé a comer y sin darme cuenta, junto a mi había una chica de color, delgada y parecía estar escondida y tener hambre. Miré mis castañas y me pregunté si verdaderamente tenía yo hambre. Volví a cerrarlas y se las di a la muchacha que muy agradecida se las comió. Vi que tenía frío  y me quité mi abrigo de lana, mi precioso abrigo de lana, recuerdo que ahorré durante cinco meses para poder comprármelo, y se lo puse por encima. La chica me lo volvió a agradecer.
Por fin llegué a Roma, me encantó sus monumentos: el Coliseo, la Basílica…su olor a antiguo.
Vi a una joven que vendía flores en una moto, ella regalaba una bonita rosa a todo el que se cruzase en su camino. Esa rosa, según ella, representaba la generosidad. Días después la chica llevaba regalos a aquellas personas que no tiraron la flor.
Decía que si una rosa representaba la generosidad y  si luego plantabas más es porque uno quiere que su generosidad sea abundante, quien las dejaba en agua eran los que en el fondo de su corazón tenían un poco de generosidad y quien la tiraban era que no tenían absolutamente nada de generosidad.
La verdad es que no le encontré sentido pero hoy día sé lo que quería decir.
Ella me ofreció una rosa y  un narciso que representaba la felicidad.
Me quedé contemplándolo y recordé a mi hermana, Celia, cómo la echo de menos, cómo me acuerdo de ella cada día, de lo bien que lo pasábamos jugando a las muñecas, a las doctoras…imaginando nuestro futuro, que pasase lo que pasase siempre íbamos a estar juntas…(¡Celia, cómo deseo que estés aquí!-pensé)
No pude contenerme más y lloré, lloré sin consuelo, el narciso cayó al suelo, entonces una joven que pasaba junto a mi dijo:
-Señorita, se le ha caído esta delicada flor.
Miré hacia arriba, no daba crédito a lo que veía, mi cuerpo no reaccionaba, después la abracé, mis ojos se llenaron de lágrimas y lo único que hacía era abrazarla con todas mis fuerzas:
-¡Celia hermana!
-Vicky no puede ser, te he buscado durante tanto tiempo, pero por fin estamos otra vez juntas después de 11 años, otra Navidad juntas-dijo mientras de sus preciosos ojos marrones caían lágrimas.
No le di importancia a la chica de las flores, ni a la joven del tren, pero días después en la tele salieron las famosas más adineradas del momento y con un gran asombro me di cuenta de que ¡Eran ellas!, me hice numerosas preguntas de todo lo sucedido durante varios días, pero me hice aún más cuando el día de navidad, junto a la chimenea, había un narciso y un cartucho de castañas, junto a ellos un cheque de una cantidad extraordinaria. Gran parte de ese dinero lo doné a los necesitados, a las personas enfermas que no podían permitirse una cura, a niños huérfanos, y a algunos  asilos, ya que todos merecemos ser felices, ya decía mi abuela la felicidad es la clave de la vida: ayuda y serás ayudado, recibirás lo que tú das, es precioso ver cómo te vuelves importante para quien has ayudado.

Mª José Medina del Valle. 2º Eso A

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