Caminaba sola. Llovía. Llovía fortísimo. Me intentaba proteger del agua con mi bolso. Me pregunto por
qué cuando llueve, y no llevas paraguas, te proteges con lo primero que pilles: el bolso, la carpeta, el maletín…total, al fin y al cabo, te mojas.
Sin darme cuenta, llegué
al centro de la ciudad. Todo estaba decorado con bonitos adornos navideños, los
alumbrados que miraban atentos todos los que pasaban, padres con bolsas
llenas de regalos y los pequeños con una gran sonrisa…¿Todos
felices? No: había gente enferma, que no podía permitirse una cura; mendigos, a los que se les congelaban las manos de
tenerlas abiertas para que alguien les diera una limosna; niños que no tienen familia para celebrar la navidad... Y lo que más me indigna es que los que no
tienen esos problemas son los que consideran estas fiestas como una simple
cena, como una época en la que puedes recibir todos los regalos que desees…
Aquí estoy yo, Vicky, en
medio de la plaza contemplando todo y acordándome de esos momentos que vivía
con mi abuela y mi hermana de pequeña.
Pero llegó el día en que
mi abuela enfermó y desgraciadamente, murió. A mi hermana y a mí nos separaron
y nos dejaron en diferentes casas de acogida, y todo esto el día de Navidad.
Nunca imaginé que me
pasara esto a mi, era tan feliz.
Mi hermana hizo lo
imposible para que no nos separaran, pero lamentablemente no pudo conseguirlo.
Seguí caminando y llegué
a un puesto de castañas:
-Un cartucho de castañas,
por favor
-Aquí tiene señorita y
¡Feliz Navidad!
Saqué mi monedero, mi
pequeño monedero fuccia que me regaló mi abuela por navidad. Recuerdo como, con
tan poco e insignificante regalo, me hizo tan feliz. Conté las monedas, no tenía
suficiente dinero. Cuando iba a devolver de nuevo las apetitosas castañas, el
vendedor me dijo:
-Hija, no hace falta que
pagues, ¡Es navidad! Se lo dejo gratis.
-Muchísimas gracias -- dije
y me retiré.
Seguí andando, ví una
estación de tren, me dirigí hacia ella y sin pensármelo dos veces, me colé en
un tren con destino a Roma.
Necesitaba escapar de
allí, por eso me escapé de la casa de acogida, ya que no podía salir hasta que
no cumpliera los 18 años y yo solo tenía 17.
Me senté en un asiento
que por suerte quedaba libre. Abrí mi cartucho de castañas, las olí y sentí ese
olor cálido llegando a mi fría nariz. Me las empecé a comer y sin darme cuenta,
junto a mi había una chica de color, delgada y parecía estar escondida y tener
hambre. Miré mis castañas y me pregunté si verdaderamente tenía yo hambre.
Volví a cerrarlas y se las di a la muchacha que muy agradecida se las comió. Vi
que tenía frío y me quité mi abrigo de
lana, mi precioso abrigo de lana, recuerdo que ahorré durante cinco meses para
poder comprármelo, y se lo puse por encima. La chica me lo volvió a agradecer.
Por fin llegué a Roma, me
encantó sus monumentos: el Coliseo, la Basílica…su olor a antiguo.
Vi a una joven que vendía
flores en una moto, ella regalaba una bonita rosa a todo el que se cruzase en
su camino. Esa rosa, según ella, representaba la generosidad. Días después la
chica llevaba regalos a aquellas personas que no tiraron la flor.
Decía que si una rosa
representaba la generosidad y si luego
plantabas más es porque uno quiere que su generosidad sea abundante, quien las
dejaba en agua eran los que en el fondo de su corazón tenían un poco de
generosidad y quien la tiraban era que no tenían absolutamente nada de generosidad.
La verdad es que no le
encontré sentido pero hoy día sé lo que quería decir.
Ella me ofreció una rosa
y un narciso que representaba la felicidad.
Me quedé contemplándolo y
recordé a mi hermana, Celia, cómo la echo de menos, cómo me acuerdo de ella
cada día, de lo bien que lo pasábamos jugando a las muñecas, a las
doctoras…imaginando nuestro futuro, que pasase lo que pasase siempre íbamos a
estar juntas…(¡Celia, cómo deseo que estés aquí!-pensé)
No pude contenerme más y
lloré, lloré sin consuelo, el narciso cayó al suelo, entonces una joven que
pasaba junto a mi dijo:
-Señorita, se le ha caído
esta delicada flor.
Miré hacia arriba, no
daba crédito a lo que veía, mi cuerpo no reaccionaba, después la abracé, mis
ojos se llenaron de lágrimas y lo único que hacía era abrazarla con todas mis
fuerzas:
-¡Celia hermana!
-Vicky no puede ser, te
he buscado durante tanto tiempo, pero por fin estamos otra vez juntas después
de 11 años, otra Navidad juntas-dijo mientras de sus preciosos ojos
marrones caían lágrimas.
Mª José
Medina del Valle. 2º Eso A
Que este cuento sólo sea el principio.
ResponderEliminar